martes, 30 de septiembre de 2014

La eternidad de un género

Uno de los rasgos más importantes y definitorios del género del Western (quizá el más característico) es un hecho que no es para nada banal, menos aún en un ámbito tan cambiante y sujeto a las modas como es el cine. Este rasgo no es compartido por casi ninguno de los géneros cinematográficos, ni literarios o artísticos. Es algo muy difícil de conseguir, o mejor dicho, de mantener; y es que el rasgo del que hablo es la capacidad del género del Western de mantenerse vivo desde sus orígenes hasta la actualidad con una vitalidad impropia de un género que ya arrasaba en las taquillas de cine en los primeros años del cine comercial. Así como otros géneros, como por ejemplo el cine negro o el fantástico, tuvieron su época dorada en determinados años o décadas del siglo XX, cayendo en desgracia (o, al menos, siendo cada vez menos trabajados y valorados) con el paso del tiempo, el Western es un género perenne, inmortal, que se mantiene atractivo desde que en 1903 se estrenara The great train robbery hasta la actualidad, con películas tan diferentes a esta primera como Cowboys & aliens.

 
El género del Western procede de textos literarios de poca calidad, pero nació y creció con el cine. La Historia del cine no puede ser contada obviando el papel del Western, pues éste ha vertebrado un arte que, a medida que pasaban los años, veía que las modas dirigían las tendencias de los directores "modernos" de cada época. La pervivencia del género es posible, en gran medida, por la temática que subyace bajo todas las películas Western hechas: la ordenación del caos, la lucha entre el bien y el mal, la ley contra el delito, el este contra el oeste ("the far far west"). La idea del Destino Manifiesto se refleja de este modo en estas obras de arte que nunca mueren.


Aunque las historias particulares cambian, no lo hacen los personajes en el Western. Para el papel del protagonista se repite el estereotipo del vaquero duro pero bienhechor; sin embargo, no es repetitivo. No nos resulta repetitivo porque sabemos lo que vamos a ver, y nos gusta. Queremos ver a ese héroe por antonomasia, solitario y borrachín en ocasiones, pero siempre en busca del orden y con cierto sentido ético. En ocasiones se nos presenta un héroe negativo, un cazarrecompensas o alguien sediento de venganza; no obstante, nos atrae ese tipo que tan bien maneja el revólver. Quizá por eso el Western es un género de eterna actualidad, porque aun sabiendo lo que nos ofrece, lo seguimos buscando.



Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Wikipedia:Portada

http://www.imdb.com/

http://www.filmaffinity.com/es/main.HTML

http://www.sensacine.com/


John Ford: el ojo crítico

Para muchos, el mejor director de cine de todos los tiempos. Para algunos, un cascarrabias. Para todos, un genio. La figura de John Ford no puede dejar a nadie indiferente, del mismo modo que las 60 películas que rodó. 20 de ellas, junto a John Wayne. Mil veces juró el actor que jamás volvería a trabajar con Ford, a consecuencia de su mal humor, de los insultos, de las vejaciones y de los zarandeos. Y mil veces más, volvieron a reunirse para crear Fort Apache, El hombre tranquilo y Centauros del desierto. Aún tuvo suerte Wayne; Henry Fonda recibió un puñetazo.

Ford era especial, y John Wayne lo sabía desde 1939, cuando se conocieron durante el rodaje de La diligencia. Solo él podía permitirse presentarse de este modo: "Me llamo John Ford y hago películas del oeste". Él vio primero aquellos planos del Monuments Valley que luego trasladaría a la pantalla. Y los vio a pesar de perder visión en el ojo izquierdo, según cuentan, mientras filmaba un documental sobre la batalla de Midway en 1942. Perder el ojo, excusa barata, pensaría Ford, que continuó ocupando la silla de director hasta su muerte. Un parche acabaría por decorar su rostro. Su ingenio, sin embargo, no menguó.



Cuenta la leyenda que en 1953 fue operado de cataratas. A causa de las molestias que le ocasionaba el vendaje mientras rodaba una de sus películas, terminó por quitárselo para poder finalizar el film lo antes posible. Tal era su pasión por el cine, pero aquello provocaría la definitiva desaparición de su ojo izquierdo. ¿Si la anécdota es o no real? Da lo mismo. Describe a la perfección el carácter indomable de Ford, y eso es lo importante. Porque como proclama uno de los personajes de El hombre que mató a Liberty Valance: "Esto es el oeste, y cuando la leyenda se convierte en hechos, se escribe sobre la leyenda".


Fuentes:

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Una mañana de domingo

Me desperté sobresaltado con el cacareo de un gallo. Aquel animal me despertaba cada mañana a la misma hora, como si tuviera un reloj interior que le permitía percibir el paso infinito del tiempo, midiéndolo. A esa hora, aunque ni siquiera el sol se había levantado sobre la línea del horizonte, yo sí que me levantaba de mi cama, día tras día, con el único pensamiento en mente de echarme algo a la boca para desayunar. Con los ojos aún pegados, observo mi desordenada habitación. Quizá sería conveniente poner algo de orden en el cuarto, pues el desorden existente hace difícil moverse sin tirar nada al suelo.

Después de asearme cuidadosamente (me gusta guardar las apariencias), voy a la cocina en busca de alimento. Cuando veo que las estanterías están casi vacías, siento cómo me invade el malhumor. La opción de ir a desayunar al bar de la esquina de enfrente es cada vez más tentadora. De este modo, cojo mi chaleco y, abriendo la puerta con brío, disfruto del soplo de aire fresco que recibo en el rostro mientras cruzo la carretera hacia el bar. Sin embargo, el optimismo renovado que comienzo a sentir se ve desequilibrado por la escena que me encuentro en la entrada del establecimiento: tres caballos negros que nunca había visto forman una fila en la puerta. De repente oigo un grito, y atravieso con fuerza las puertas del Saloon, haciendo chirriar los goznes.

Lo primero que veo al entrar es a un grupo de mujeres llorando en una esquina, que al verme señalan temblando a la barra: un hombre está zarandeando violentamente al camarero, y nadie en el local parece tener el valor suficiente para hacer nada. Sin embargo, mi presencia ha sido advertida por muchos de los que observan impasibles el miserable espectáculo, de modo que un murmullo comienza a extenderse por la sala. El malhechor se da la vuelta lentamente, sonríe con su desdentada boca y se lleva rápidamente la mano a la cintura. Rápidamente, pero muy tarde; yo le he alcanzado primero, desenfundando con una premura de sobra conocida y admirada por los lugareños. El criminal, cuya cara ocupa los carteles que llevan empapelada la ciudad  desde hace varios días, se lleva la mano a la pierna herida mientras grita de dolor. Con cara de satisfacción por el deber cumplido, me dispongo a mostrarle más de cerca la placa de Sheriff  que llevo al pecho, cuando de repente...

¡Hora de cenar! El grito de mi madre me despierta del trance, y consigue que vuelva a la realidad. No soy un Sheriff, y probablemente nunca lo sea, pero de momento, a mis ocho años, me conformo con ver esta película una y otra vez.

Casacas azules

Mis primeros recuerdos relacionados con el western se unen a la figura mítica de la Caballería americana. “Murieron con las botas puestas” era una de las películas que más me gustaba junto con “Misión de audaces” y “Fort Bravo”. No es que despreciara las demás películas western pero a mí lo que verdaderamente me emocionaba era el sonido de la corneta tocando a la carga.


Por eso uno de mis directores favoritos es John Ford, un artista como pocos, que supo rescatar en su gloriosa “Trilogía de la Caballería” el valor de unos hombres, de unos soldados que cobraban cincuenta centavos diarios, que defendían los puntos vulnerables de una nación desde Fuerte Reno hasta Fuerte Apache, desde Sheridan hasta Stockton, todos iguales, hombres vestidos de azul, como se dice en “La legión invencible”. Ese espíritu de orgullo y sacrificio, de camaradería y honor, que llevó a la gran pantalla ayudado de John Wayne que protagonizó de manera excelente las tres películas.

Pero no solo son batallas lo que nos presenta Ford. Él va más allá. Expresa una concepción personal del amor; con profunda emoción, pero sin sensiblerías baratas como muestra en el reencuentro entre el capitán York y su mujer donde no hay ni abrazos ni besos solo miradas cargadas de sentimientos encontrados y un gentil “Buenas tardes, Kathleen”. También rinde homenaje al lado perdedor en la Guerra de Secesión como cuando en el entierro de un soldado, antiguo brigadier confederado, sus compañeros ponen una bandera confederada encima del ataúd. Y por encima de todo busca un acercamiento directo, casi íntimo, con los personajes. Unos personajes de carne y hueso con sus virtudes y sus defectos, que se ensucian con el polvo del camino, que sangran y mueren, pero que encarnan unos ideales épicos que nos atraen generación tras generación.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Recuerdos de un condenado

Recuerdo vagamente un sofá oscuro. Sentado sobre él, mis pies aún no llegaban a tocar el suelo. Apostaría a que mi padre ocupaba el lado derecho del sofá. Frente a este, una televisión. Desconozco la marca. Peinaba canas, y cada diez minutos dejaba de emitir para tomarse un descanso de un par de segundos. Nunca gozamos de buena cobertura en aquel páramo de Castilla la Vieja. Como tampoco gozamos nunca de un tiempo fresco. De los muchos veranos que habité la casa de campo de mis abuelos, no recuerdo en qué cajón de mi memoria debería clasificar este. Quizá en la etiqueta año 1998, o 2000. 

Después de comer, pocas alternativas hallaba uno a la noble actividad de echarse la siesta. Qué calor desprendía aquel sofá de cuero; tenías que cambiar de postura constantemente. No recuerdo en qué canal estaba encendido el televisor. Quizá Televisión Española. Solo recuerdo con nitidez a Rock Hudson y al revólver que empuñaba. Un par de disparos, una dolorosa despedida en mitad de la noche, una patrulla a caballo... Más tarde la cárcel. No sé por qué, pero una película que superaba diez veces mi edad me marcó profundamente. En Rock Hudson no vi solo un vaquero. Vi un hombre atormentado, un amante que pierde todo cuando ha querido y un padre que desconoce si volverá a ver a su hijo. Vi las huellas de quien pretende escapar de un inexorable destino. 

No sé si fue el primer western que contemplaron mis inocentes ojos. Sé que no ha sido el último. Varios años después, mi padre insertó un DVD para ver una película en casa. Era después de comer. Sorpresa. Rock Hudson y el revólver que empuñaba volvieron a aparecer en pantalla. Entonces descubrí que aquel film se titulaba "Historia de un condenado". Por segunda vez, me gustó. Aunque ni de lejos se acercó a la experiencia anterior. ¡Quién pudiera cumplir la petición de Rebeca en el film de Hitchcock!: Ojalá hubiera un invento que embotellase los recuerdos, y no se esfumasen. Y cuando quisiera, abrir la botella y revivirlo.